tenía un sueño bonito y caliente, pero me levante y seguí caminando entre la nieve que caiga ahogando los gritos mudos al cielo de los árboles, cegado, maldiciendo al teniente por haberme hecho cargar a mí con la metralleta. Ya no tenía forma de saber si la llevaba aún arrastrando tras de mí porque tenía las manos totalmente insensibles. Me reí de la ocurrencia que tuve sobre cuanto me quemarían si conseguía calentarlas cuando volviera la circulación. Me encontré en el suelo y conseguí levantarme, ligero como un fantasma, encorvado como una aparición malefica, negro como la muerte en aquella noche de luna llena, negro porque el fuhrer dijo que teniamos que haber acabado la campaña antes de que empezara el invierno, nada de camuflaje blanco. De nuevo el humor, una carcajada al viento que suena como un grajo perdido. Y finalmente las sombras móviles me habían localizado de nuevo, por el rabillo del ojo fantasmales agujeros negros en el blanco paisaje. Cuando comenzó la pesadilla del replegamiento eran enormes manadas de animales famélicos, ahora ya el mundo era un caos de cenizas lloviendo en la que los lobos se separaban para encontrar más cadaveres en el cono de retirada del ejercito alemán a lo largo del camino entre Berlin y Moscú. Yo era un cadaver. Las sombras cada vez más cercanas, el cerco más apretado en un mundo blanco que había contratado funerarios de negro. Eran realmente terribles sus dientes, en ese crudo hocico vibrando en un rugido constante, pero si alguna vez tuve miedo debió recibir alguna bala perdida, en Stalingrado tal vez, la ultima vez que sentí algo. Que cerca habiamos estado de conseguirlo, y que lejos estaba ahora de todo, en aquel paisaje lunar, apoyado en un tronco viendo a un enorme lobo estepario enseñar sus dientes blanquísimos. Juro que aquella pesadilla tenía un anillo de SS enganchado en uno de los colmillos, no se habia envenenado el pobre bicho con semejante entremés. No se como pero tenía la p-38 en la mano y el dedo en el gatillo, pero no podía ya ni levantar el brazo para apuntar ni sentir el dedo que se supone iba a accionar el percutor. Baje la cabeza y vi la marca roja tras de la mira, sin balas. Levante la cabeza. Saltó.
Fenomenal texto, maldito escritor.
Posted by: Ken Kesey en: 25 de Noviembre 2006 a las 05:08 PM Escribe un comentario